El enemigo

Ef. 6:12
"Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes."


El soldado del Ejército de la Cruz tiene que estar preparado porque nunca deja de estar en batalla. Día a día se enfrenta a milicias que no son de carne ni sangre, sino espirituales y muy malas.

Sobre este enemigo, no hace falta decir que está interesado en tumbar al Ejército de la Cruz, pero sí haría falta el saber por qué.

Cada uno de los soldados del Ejército de la Cruz representa un instrumento de su General. El General nos encarga que vayamos y destruyamos las armas del enemigo y rompamos sus negocios con las demás personas.

Entonces, el enemigo intentará destruir al soldado de la Cruz, porque no le conviene que éste interfiera en sus asuntos, porque lo hace a nombre del General Superior, que tiene autoridad sobre él.

Por eso es que, este enemigo buscará atacar por diferentes flancos al soldado de la Cruz. Mientras más débil pueda dejarlo, menos servirá para la misión dada por su General.

Uno puede ser la santidad, usando el pecado como arma, que, mientras más espacio toma en la vida del soldado, menos podrá éste luchar bien en su posición. El pecado apaga el accionar del soldado de la Cruz porque le separa de su General y no puede oír sus órdenes ni su aliento.

El otro flanco de ataque del enemigo es el ánimo, usando el desánimo para minar la relación que tiene el soldado de la Cruz con su General. Cuando un soldado olvida que ya ha sido contratado con sangre por su General, y que para éste, él vale mucho, entonces no podrá hacerle frente a los enemigos, porque no sabrá que la victoria ya es suya por aquél que lo amó.

Era esta la razón por la cual un soldado de la Cruz debe vestirse de toda la armadura de Dios. De esa forma, Satanás la tendrá más difícil frente a mí, porque estaré firme en la defensa de mi fe y en el cuidado de mi corazón y mi mente.

Hoy, por lo tanto, recordaré cerrar mis filas ante cualquier ataque del enemigo, preparándome con todas las armas y defensas que he podido conocer en el Señor, y entregaré la victoria a aquel que me amó y me contrató para su Ejército, siendo yo nada.

Dios nos bendiga y nos permita estar firmes en Él.

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