Voy sin saber a dónde...

Gn. 12:4
"Y se fue Abram, como Jehová le dijo..."


Depender es ceder el lugar de las decisiones personales a alguien más. Es ser capaz de declararse uno mismo incapaz de decidir.

Abram fue llamado por Dios a salir de su tierra y alejarse de su parentela y, si bien en un inicio no lo hizo, decidió obedecer y salir.
Primero de Ur hacia Harán, con su padre; y, luego, solo con su esposa y su sobrino, se fue a Canaán.

Luego de toda una vida de haber conocido a su mujer, crecer en los negocios de su padre, ganar prestigio, respeto, etcétera, Abram fue llamado por Dios y dejó todo lo que había conseguido para irse a una tierra extraña que, probablemente, no conocía. Todo, por aferrarse a una promesa. Dejó decidir a Dios sobre su vida.

Setenta y cinco años de edad tenía Abram cuando cedió su privilegio de decidir a Dios. Setenta y cinco años que no respaldaron sus decisiones sabias, ni el aprender que había tenido, sino que dejó su orgullo y su temor de lado, para poder seguir a una promesa hecha por un Dios al que no veía.

Abram tuvo que aprender a depender de Dios en lo que vino en su vida. No debió haber sido sencillo para alguien de 3/4 de siglo el entender que Dios no quiere ser almirante del barco, sino capitán. Si a mí me cuesta mucho, entiendo que a Abram debió, por lo menos, costarle igual.

Pero hubo una diferencia muy grande, algo que estoy buscando y que entiendo que me falta: Abram cedió lo que tenía porque creyó en lo que tendría. No es que no le haya costado, sino que le costó pero pudo decirse a sí mismo que el mejor negocio era creerle a Dios.

La fe es parte de la dependencia. Si quiero depender de Dios, debo creer que le hay, y en lo que Él dice que habrá. Ahí está lo complicado.

No existe medicamento alguno para conseguir eso, no hay respuesta simple para creer. Simplemente es parte de lo que Dios quiere que hagamos. Mi fe será medida en mi dependencia de Dios.

Que Dios me ayude a tener la fe que necesito. Mi dependencia depende de eso.

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