Promesa del niño justo...

Is. 9:2
"El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos."

Is. 9:6-7
"Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto."

El niño nacido, como dijimos, había sido prometido. Su nacimiento era esperado por todo el pueblo de sus padres. En los escritos antiguos, puestos en las sinagogas, su nacimiento era una promesa grande, de libertad, de salvación, de justicia.

En realidad, la promesa fue tomada como tal hasta que la memoria de la gente se hizo dura, se volvió tonta y dejó los dichos y profecías antiguas como meros cuentos o leyendas para los niños. La promesa fue archivada en el corazón del cada hombre de Israel, donde se amontonaba la amargura y el dolor por ser esclavos de Roma.

Quizá si hubieran cuidado más diligentemente el dicho antiguo, no hubiera terminado la historia como fue prometida. Aunque, claro está, todo tenía un propósito eterno. Y éste era mayor que el propósito de cualquier historia.

La promesa fue hecha desde los primeros humanos sobre la tierra, aunque ahora quisiera ver sólo la más popular. He revisado varias sobre el reinado de este niño, pero no las pondré porque no es tiempo aún.

Es llamado luz para todo el pueblo que anda en tinieblas, para los que andan en tierra de sombra de muerte. Con él, la oscuridad no tendría oportunidad de vencer.

Además, es dado a todos los hombres, a toda la humanidad como un regalo de Dios. La autoridad puesta en él es principado de poder y de justicia.

Su sobrenombre de "Admirado" no escapa mucho a los apodos entendibles de los reyes de la tierra, pero "Consejero" lo torna más cercano al pueblo.

Sin embargo, decirle "Dios fuerte" es un apelativo demasiado retumbante en cualquier tímpano. No todo niño es llamado "Dios fuerte"; y es que no todo niño es Dios. Ningún otro lo fue antes, y ningún otro lo fue después.

"Padre eterno" y "Príncipe de paz" son más características sobre Él, que siendo niño es padre de todas las personas y lo es desde el inicio de los tiempos, en momentos en los cuales las letras no formaban parte del imaginario humano. Él es padre desde las mismas instancias de la eternidad, sentado como Príncipe de paz en los santos salones dorados del castillo celestial de Dios.

Sumado a eso, el hecho de que el límite de su reino no tendrá fin, así como la paz dada por su sola presencia no debe asombrar al lector de la promesa, ya que es simple de entender si nos moviéramos en la zona del pensamiento humano. Pero su reino no es de este mundo.

Promete consolidar su mandato en juicio y en justicia por la eternidad, de manera que sus vasallos estén tranquilos en cuanto a sus decisiones y esperanzados en sus fallos.

Ese es el Rey que debería haber esperado el pueblo. Ese es el Rey que recibimos, pero que no tuvimos la paciencia de saber esperar, pegados a la promesa de su venida.

Por lo tanto, cuando vino no supimos qué hacer con Él.

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