Las visitas (1)

Mt. 2:10-11
"Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.
Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra."


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El rey Herodes no nos mandó a Belén sin intenciones propias. Lo sé, y por lo tanto he de ser más cuidadoso con lo que hagamos.

No hemos estado mucho tiempo acá, pero sé que no debemos quedarnos mucho, tampoco. Se nos dio la oportunidad de venir a adorar al nuevo Rey de los judíos y lo hemos hecho. Felices hemos de estar por eso y es suficiente.

Llegamos luego de meses de travesía a la ciudad de los reyes de Israel. Al parecer, el pueblo no tenía en sus planes que más personas vinieran a conocer a su rey nacido. Es más, varios de los ciudadanos se asombraron cuando preguntamos en las posadas sobre el niño. ¿He de entender que no estaban preparados para el acontecimiento que, según la historia, marcaría un cambio en sus vidas?

En mercados, tiendas, posadas, sinagogas y a ayudantes del templo hemos preguntado sobre esto, pero nadie nos dio explicación alguna. Por lo tanto, la ayuda de Herodes fue bien recibida, aunque no nos dejaba tranquilos el rostro que ponía cuando le hablábamos sobre la estrella y los tiempos escritos del alumbramiento. He de decir que no logro entender cómo un líder como el rey Herodes no ha estado preparando la llegada de su propio rey.

En fin, la estrella partió, junto con nosotros, de Jerusalén hasta Belén, a donde nos habían encaminado desde palacio, no sin antes pedirnos que regresáramos a Jerusalén a dar noticia sobre el nacimiento. Pero ya sé que esto no será así.

Cuando llegamos, luego de las últimas 5 millas de camino entre Jerusalén y Belén, no teníamos nada más que ansiedad en nuestros corazones. Sabíamos que toda una vida no bastaría para esperar por ese momento, en el cual habríamos de encontrar al nuevo rey de Israel, el rey de la promesa. Los corazones no nos latían bajo el mismo ritmo que siempre y, personalmente, puedo decir que la luz es diferente una vez que puedes ver el rostro del pequeño que, sin ser diferente a los demás, no es igual a nadie.

Y fue tal como entendíamos de él: parecía sólo un niño, pero el cuadro entre sus padres y él no era normal. La madre, que conocimos que se llamaba María, no hablaba mucho, y el padre, José, tampoco era muy elocuente. Sin embargo, ambos mantenían un amor y un respeto por su hijo distinto a todos los demás padres sobre la tierra conocida.


Nuestra adoración, creo, fue poca en comparación a la que merece. No somos, en realidad, dignos de acercarnos a Él para dedicarle lo que somos, pero hemos dejado a sus pies nuestros corazones, sin tener reparos. Nadie puede tener reparos, en realidad, frente a aquel que ya es dueño de todo tiempo y de todo poder. Si algún día pudiéramos volver a verle, y conversar con Él, quisiera que me diga si le agradó mi adoración.

Luego, dispusimos los únicos tres presentes que encontramos dignos de tan alta recepción: oro, incienso y mirra.

Nuestro oro, como pocos, es puro, limpio, de gran valor. Es, por decirlo de alguna manera, parte de nuestros propios tesoros personales. Es de gran calidad, porque no traeríamos algo malo frente a un rey; y esperamos que signifique de ayuda a su mantenimiento durante algún tiempo. Es como cederle nuestra autoridad y nuestro poder.

El incienso del cofre rojo no es mucho, sin embargo es todo el que necesitará para él y para su templo. No ha de gastar más durante su infancia para acercarse al templo -aunque, aquellos que conocemos de dónde proviene, entendemos que no necesita de este incienso para acercarse a Dios... Él no-.

Por último, yo le traje mirra. Y creo que valdrá la pena que sea usada a bien. No es mucha, pero es de la mejor. Traída desde lejos, contiene el mejor aroma para la mezcla de los óleos de unción que han de cubrirle de por vida. Dios ungirá con ella a su escogido, a quien puedo decir tuve la oportunidad de conocer, aunque sólo lo sea de pequeño.

Mañana saldremos de vuelta al Oriente. Tantos meses han tenido su fruto con sólo un par de días de ver al nuevo Rey de Israel, al Rey del mundo, al Príncipe de paz. Dejémosle a Dios el trabajo de guiarnos de vuelta a casa, a descansar tranquilamente, sabiendo que pudimos ver la gloria de Israel en el pequeño.

Sin embargo, no iremos a visitar a Herodes de vuelta. Será rey de los judíos por ahora, pero no lo será por siempre, ni tampoco lo es nuestro. Los sueños que todos hemos tenido estos días en Belén nos han aclarado que él no quiere conocer al Mesías para algo bueno, y no interesa qué sea, no permitiremos, si de nosotros depende, que algo le suceda a este niño.

Los camellos ya están listos y bebidos, las cosas cargadas, las especias de Jerusalén están empacadas y las provisiones atadas. Estamos listos para partir apenas empiece el día.

Dios bendiga a quienes entiendan que este no es un niño cualquiera, y a aquellos que sean tocados por Él. Por ahora, nosotros no tenemos más tiempo aquí; con lo hecho, fue suficiente para nosotros. Aquellos que deseen más de Él, tendrán que venir por sí mismos.
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