Un contrato de exclusividad en un ejército

2 Tim. 2:3
"Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado."





Cuando era pequeño, en el colegio donde estudiaba, teníamos una canción que era algo así:

"Aunque nunca marche en la infantería,
cabalgue en la caballería,
dispare en la artillería;
Aunque nunca vuele en la aviación,
mas soy soldado de Jesús"


Esa canción se me ha guardado mucho en la memoria. Es, quizá, por esa canción que pedí que Dios me diera un espacio en ese ejército cuando fui adolescente. Sabía que no habría marcha atrás, y que era una responsabilidad muy grande en estar en las tropas del Ejército de la Cruz.

Sin embargo, una de las cosas que siempre me costó trabajo lograr, incluso ahora -y es muy probable que más adelante vuelva a luchar contra esto-, es que un verdadero soldado no puede tener otros amores más que este ejército. Su principal responsabilidad es velar porque sus labores dentro de la armada sean bien hechas. Eso es ser soldado de Jesús.

Hoy quise recordar un poco lo que tenía el contrato de mi alistamiento a esta fuerza: la renuncia a todo lo demás.

¿Asusta? Sí, no hay porqué negarlo. Asusta porque siempre viví de una manera, interesado en ciertas cosas, esforzándome por conseguir ciertas otras. De esa forma yo armaba mi vida, y, obviamente, fracasaba como todos los que intentan hacerlo así.

El contrato que tuve que firmar con el Señor me pedía dejar atrás todo lo que el mundo me podía ofrecer. Se me exigía -y se me exige aún hoy- renunciar día a día a todas las demás ofertas que se me pongan en el camino y a todas las demás formas de vida que pueda tener como tentación frente a mí.

Dejar de lado lo que el mundo me promete, lo que el enemigo me intente dar. De eso se trata. Yo tengo, cada día y muchas veces al día, que luchar conmigo mismo y con mis propias pasiones; dejar mis intereses egoístas y ceder el dominio a mi General.

Si deseo ser un buen soldado del Ejército de la Cruz, debo estar pendiente de renunciar todos los días a los pecados que antes me ataban, a las tentaciones nuevas, a los placeres míos y los que el mundo me intente imponer. Ser un soldado exclusivo era parte de lo que decidí ser para entrar en esta armada. Y no me arrepiento, pues es la mejor decisión que he tomado y que tomo día a día.

¿Deja de costar cada vez? No, para nada. Cuesta igual el renunciar hoy. Tengo que ser consciente que no puedo creerme más fuerte yo mismo por haber renunciado ayer. Las tentaciones son duras todos los días, y el que esté firme, debe velar por no caer. Sin embargo, fiel es mi general, que velará conmigo y me dará las fuerzas para mantenerme en pie.

Hoy quiero volver a leer mi contrato y recordar que HOY debo renunciar a todo negocio fuera del Ejército de la Cruz.

Dios te bendiga y te ayude a releer tu contrato también.

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