La moda del soldado: el Casco y la Espada

Ef. 6:17
"Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;"

Is.59:17
"Pues de justicia se vistió como de una coraza, con yelmo de salvación en su cabeza; tomó ropas de venganza por vestidura, y se cubrió de celo como de manto,"

1 Ts. 5:8
"Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo."

He. 4:12
"Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón."



Hay mucho pan para rebanar. Hoy, en los vestidores, el soldado del Ejército de la Cruz debe pensar en dos últimas prendas. Una es la base de la defensa en la cabeza, que es el yelmo, mientras que la otra es el arma de ataque.

Siempre entendí que yelmo es algo así como casquito. Es un "recipiente metálico destinado y diseñado para resguardar la cabeza de un soldado en el combate". No es muy difícil de entender para qué sirve, porque, de por sí, al ponérselo en la cabeza, se entiende que es para que no nos la hagan mazamorra en plena lucha, de modo que no regresemos al campamento con una albóndiga sin cocinar por cabeza.

Debe ser lo suficientemente resisitente como para soportar golpes de mano, flechas, mazasos, espadazos, etc. De eso depende cuán resistentes tengamos nuestros pensamientos, ya que con un golpe franco a la cabeza, las ideas tambalean, y el soldado puede caer sólo por no tener equilibrio en sus movimientos.

Mi yelmo es mi salvación. O, bueno, la salvación que mi General me dio al contratarme para esta campaña. Mi yelmo es la muestra de que pertenezco a este grupo, es la certeza de que me han llamado para servir.

Mi yelmo no sólo me cubre, sino que debe guardar mis pensamientos. Debe ser el principal soporte de mis ideas y el escudo de mis emociones y anhelos.

Si tengo un yelmo de la salvación, entonces no cambiaré de pensar por más que hayan dificultades. Si tengo un yelmo de la salvación, entonces no dejaré que mis pensamientos se distraigan y tendré bien claro cuál es la meta.

Mi yelmo es el protector de mi cabeza. Es la marca de mi alegría. Es la muestra de lo que soy: un Soldado del Ejército de la Cruz.

Y, así como mi yelmo me cubre de cualquier daño que el mundo o el enemigo quieran hacerme, mi espada está lista para el enfrentamiento. No es que esté con la guardia en todo momento, sino que no puedo dejar de estar en guardia.

Así como se reconstruía Jerusalén, con una mano en el martillo y la otra en la espada, así debo estar yo, preparado para cualquier ataque que el enemigo esté planificando.

Y mi espada es un tesoro enorme: en principio, es viva y es eficaz, porque no sólo hiere al enemigo, sino que da vida a sus prisioneros al rescatarlos de él y, además, es eficaz porque es veraz y siempre funciona.

Mi espada es de doble filo, y mantiene el filo en los dos lados de la hoja. Cada vez que la necesito está lista, penetrante ante cualquier corazón, no interesa de quién sea. Emana sabiduría y sensatez, aconseja amor y perdón, ilumina con luz mi camino y destruye cadenas de opresión del enemigo. Es el principal seguro de libertad que puedo blandir en cada batalla.

Sin mi espada no serviría de nada que salga a la guerra. Podría caer en cualquier momento y no haber hecho nada por el batallón. De mi espada depende mi desempeño en cada lucha.

Hoy quiero usar mi espada y ponerme mi yelmo. Completar mi armadura para servir a mi General, no importa quién esté al frente. Saldré a la batalla, sin temores, porque ya sé que tenemos firmada la victoria.

Dios nos guarde y nos permita completar tu armadura hoy.

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