Hay días y días...

Ef. 6:13
"Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes."


Hay buenos días y hay malos días. Hay días en los que nos podemos levantar y decir sin mucho esfuerzo: ¡hoy será un buen día!; mientras que hay otros días en los que no nos dan ganas siquiera de saludar a alguien.

Como soldado del Ejército de la Cruz, sé que el entrar a una batalla lleva consigo de la lucha va a ser dura y que serán muchos los días malos, llenos de golpes, caídas, derrotas y demás desalientos a los que estaré expuesto. Sin embargo, la victoria es y será de mi Ejército, eso ya fue escrito y, por lo tanto, no puedo dejar de ir a la batalla.

Personalmente, creo que el resistir el día malo es saber mantenerme sin flaquear en el Ejército por más que el día que acaba de pasar no haya sido el mejor. Resistir el día malo es no irse a la cama sintiendo que nada valió la pena y que nada valdrá la pena mañana tampoco.

Si debo resistir el día malo, quiere decir que todo mi corazón debe anhelar que el día de mañana sea mejor para toda la armada. Mi día malo no es culpa de mi General y, por el contrario, Él permite que lo tenga para fortalecerme para días peores; y está siempre dispuesto y atento a, por más que el día me haya resultado muy malo, abrazarme en las noches y hacerme saber que le soy importante como soldado.

Ahora bien, el objetivo de mi General no es sólo que yo pase el día malo, sino que me mantenga firme al acabar todo, y no puedo mantenerme firme si no estoy seguro de lo que hago, ni de quién me mandó a hacerlo.

Ahí es donde entra la persona de mi General. Si sé que mi General es el mejor y el más capaz y estoy seguro que de Él depende la victoria, entonces no puedo dejar que un día malo me haga tambalear; y, si tambaleo, no caer; y, si caigo, levantarme.

Para estar firme necesitaré vestir toda la armadura que me dan día a día en el cuartel, soportar su peso en oración y ejercer todas sus cualidades en mi vida, de tal forma que no me quede grande el llevarla ni que me pese el tenerla puesta. Mi armadura fue diseñada para mí y mi General sabe que yo la puedo llevar.

Si los días malos vienen, tendré que luchar en ellos más fuerte aún y, quizá, llegar más cansado al campamento, pero al final, cuando todo acabe, el regresar al país será grandioso, ya que no dependerá de mí, sino de aquel que arma el Ejército de la Cruz.

Hoy no sé cómo será el día, pero quiero prepararme en Dios para que, sea como sea, hoy goce en SU día. Mis días han de ser para Él, y Él me mantendrá firme.

Dios nos bendiga con días que podamos terminar junto a Él.

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