Del terno, sólo de ese mal

Hoy tuve que ponerme terno... y no me gusta.

Es que el terno hace que seamos distintos, distintos en nuestra forma de caminar, de respirar, de ser. Somos distintos. Somos el terno.

Encuadra cada uno de nuestros movimientos. La música tocada por el terno hace que bailemos a su ritmo. A su "elegante" y "distinguido" ritmo. Digo que tiene un ritmo porque es cierto: cuando uno tiene un terno puesto, lleva el movimiento del terno.

Veamos; normalmente, uno es libre de ser como uno quiera: eructar si tiene ganas de hacerlo, sentarse desparramado, arrodillarse en el piso, etc., etc. Pero, cuando estás con el terno puesto, parece que la tela no nos deja hacer todo eso. Y no es que te apriete porque te queda chico, para nada, sino que te cuadricula los movimientos, como si tuvieras un disfraz.

Disfrazado de enternado. Disfrazado porque, si pudieras elegirlo, no te pondrías el terno. Si pudieras ser tú mismo, no llevarías el terno puesto. No porque en sí seas alérgico a las costuras, sino porque prefieres un buzo y sandalias.



Es que los casos en que usamos el bendito traje no son muy libres, digamos. Tenemos, por ejemplo, las entrevistas de trabajo o las entrevistas para el ingreso a la universidad; y, en ambos casos, el enternado busca que lo reconozcan y lo acepten por ser alguien, mas no por parecer ser alguien. Entonces, ¿por qué usamos algo que no solemos querer usar nunca?

También están las fiestas importantes o los matrimonios. Bautizos, reuniones, entierros, etc. son eventos a los que "debes" ir en terno porque "se vería mal que no lo hicieras" .En realidad, está mal que se aparente ser quien no se es.

Pero, antes de seguir, vale una aclaración: el saco, usado deportiva y casualmente -casual de casualidad, vale mencionarlo porque es un tema que se tocará en otro momento- es divertido por aquello mismo para lo que no fue hecho: burlarse del formalismo. Claro, saco sobre polo blanco con jean se ve muy bien y es por eso. ¿Y qué mejor que unas All Star -o similares- con jean y saco? El caso del terno para elegancia es distinto, obviamente y, bueno, yo tengo una animadversión con el terno porque implica muchas cosas.

Principalmente, usar terno implica corbata. Ajá. Ese es uno de mis odios más arraigados: la corbata. No me gusta. Siento escozor y un ahogo sofocante cuando tengo ese pedazo de tela al rededor de mi cuello, ese pedazo de tela que sirve sólo para dos cosas básicas: flotar como bandera cuando corres porque el carro que te lleva a la exposición que tienes que dar se está yendo del paradero y ahorcar las ideas básicas de respiración libre del hombre. No. No me gusta la corbata.

Y, por otro lado, el caso de los zapatos. Si son de vestir, no me los presenten.

Quizá pasa porque soy más de las cosas sport, simples. Y, si me piden estar "elegante", asumo al terno como opción peligrosa, aunque divertida de combinar cuando tienes la libertad del polo o de las zapatillas. En fin, existen formas de escapar al desastroso ritual del saco parametrador si lo colocas encima de un polo con dibujos.

Vale, de todas formas vamos a terminar poniéndonos un terno para algo: siempre están aquellas personas que gustan de esas reuniones elegantes (huachafadas, le llaman algunos) que forman parte de nuestros amigos y -vale decirlo, por Dios- por amor terminamos atándonos del cuello a la elegancia hecha textil. Así que, con espaldas terriblemente derechas y sonrisas apretadas sobre una corbata mal anudada, a decir "¡Salud!".

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